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2022-09-10 13:11:26 By : Mr. Yifa Rong

El heavy metal no se puede parodiar. Sus gruñidos cavernarios, sus alaridos operísticos, su imaginario siniestro, sus guitarras sobre guitarras y su estética sadomasoquista son tan barrocos que cualquier caricatura siempre va quedarse corta. Y además a los jevis les va a dar igual. Toda esta parafernalia tiene su génesis en Judas Priest, la banda que creó el heavy metal, lo codificó en un álbum canónico (British Steel) y lo popularizó para las masas vendiendo 50 millones de discos. Y todo gracias a su líder Rob Halford, el Dios del metal, que en contra de cualquier estereotipo lleva 33 años sin probar el alcohol ni las drogas, 21 fuera del armario como gay y toda la vida siendo el rockero más afable del mundo.

Su padre trabajaba en una fábrica de piezas para reactores nucleares en Birmingham, el polígono industrial de las islas Británicas que en los sesenta no era más que un agujero negro que absorbía la luz, los sueños y la capacidad pulmonar de sus habitantes. El camino de Rob Halford a la escuela estaba decorado por canales vertiendo metal fundido en toneles: ya respiraba metal antes de convertirlo en música. En clase los chavales temblaban con la vibración de la maquinaria y el ritmo del acero aporreando las placas se grabó en su cerebro. Esta miseria empujó a Halford a huir de Birmingham y su pasaporte fue el rock&roll, que él fusionó con los ruidos del metal con los que había crecido. Judas Priest definirían tanto el heavy metal que el falso documental satírico This is Spinal Tap se inspiró parcialmente en ellos (similitudes: Halford visitó la tumba de Elvis Presley, gritó “¡Hola, Cleveland!” durante una actuación en Detroit y se perdió varias veces en el camino del camerino al escenario).

En 1973, Halford trabajaba como gerente en un cine porno cuando Ian Hill, el novio de su hermana, le propuso cantar en su grupo de rock. El impacto de Judas Priest no solo marcó el sonido de Iron Maiden, Metallica o Van Halen, sino también su imaginería satánica y su estética de cuero. Rob Halford copió el uniforme oficial de los jevis (botas de motero, bigote hasta la barbilla, gafas de aviador, pantalones, chaleco y guantes de cuero) del submundo de los bares fetichistas gays de los setenta, que a su vez se habían inspirado en las ilustraciones de hipermasculinidad homoerótica de Tom of Finland. Llegó a actuar con un látigo. Durante un concierto, entró al escenario a lomos de una Harley-Davidson y el humo le impidió ver una plataforma elevadiza contra la que chocó. Cayó al suelo, se rompió la nariz y se pasó la primera canción inconsciente. Cuando volvió en sí, terminó el concierto entero y después se fue a urgencias.

Sus compañeros en Judas Priest nunca mostraron el menor inconveniente ante su homosexualidad, pero la desesperación de vivir dentro del armario llevó a Halford a abusar del alcohol y las drogas. En canciones como Grinder (este título similar al de la aplicación de ligue gay es coincidencia) se definía como “nunca recto ni estrecho, me inclino a alejarme del camino marcado”, un mensaje con el que cualquiera podría identificarse de no ser porque “recto” (straight) también es sinónimo de heterosexual en inglés.

Su condición de estrella del rock le permitía arrancar teléfonos, liar broncas en los bares y despertarse a las seis de la tarde (solo era capaz de levantarse de la cama si bebía alcohol) sin que nadie se preocupase o tratase de ayudarlo, mientras su vida personal consistía en beber y drogarse con su novio para después discutir violentamente. Tras una de esas broncas, Halford salió de su apartamento y se montó en un taxi. Su novio le siguió, le gritó “solo quiero que sepas que te quiero mucho” y se pegó un tiro en la cabeza. Era 1986 y Rob Halford, tras ingresar en rehabilitación por una sobredosis de sedantes que nunca se ha esclarecido si fue voluntaria o accidental, decidió no volver a probar las drogas o el alcohol. Lleva sobrio desde entonces.

Aquel mismo año Judas Priest protagonizó uno de aquellos clichés que alarmaban a los padres en los ochenta: que los vinilos de heavy metal incluían mensajes satánicos o suicidas si se escuchaban al revés. La víspera de Nochebuena de 1985 dos adolescentes de Reno (Nevada), Ray Belknap y James Vance, se bebieron una docena de cervezas mientras fumaban porros y escuchaban a Judas Priest y acabaron cogiendo una escopeta recortada del calibre 12 y pegándose un tiro en la cara cada uno. Belknap murió en el acto y Vance quedó desfigurado, pero murió tres años después.

Los padres, en vez de plantearse por qué sus hijos tenían acceso a una recortada del 12, demandaron a Judas Priest y a su discográfica, CBS, porque si se ponía al revés la canción Better By You, Better Than Me se podía escuchar a Halford repetir “Do it, do it” (hazlo, hazlo). El cantante desdeñó la acusación asegurando que instigar al suicidio era la forma menos práctica de aumentar su base de fans y que, en caso de incluir un mensaje subliminal, sería “comprad más discos”.

Los padres pedían tres millones de euros en concepto de compensación y, cuando un juez desestimó la demanda, Judas Priest publicó Painkiller. El álbum rabiaba con la frustración de haber sido demonizados y avisaba de que, si Judas Priest tenía que caer, lo haría en llamas, gritando y vengándose. Rob Halford se rapó la melena y se tatuó entero –según él porque sufría alopecia y no quería parecerse a Phil Collins– y reemplazó las drogas por una adicción a los tatuajes. Después de la gira de Painkiller, Halford abandonó Judas Priest para arrancar otros proyectos en solitario y se lo comunicó a sus compañeros y a su discográfica mediante un fax.

“Había muchas turbulencias en mi vida musical y personal, no me quedó más remedio. Hubo muchos problemas de comunicación y se dijeron cosas inapropiadas. Acepto mi responsabilidad”, reconocería años después en la revista Metal Hammer. “No tienes por qué hacerlo”, le consolaba su guitarrista Glenn Tipton. “Todos estábamos quemados, teníamos opiniones diferentes y las cosas se sacaron de contexto. Pero la culpa es de todos y ya no había vuelta atrás”. ¿Alguna vez se ha visto a dos rockeros discutiendo con tanta educación?

Esa honestidad ha hecho que Rob Halford sea uno de los rockeros más queridos y admirados por la comunidad heavy, no a pesar de su homosexualidad sino gracias a la naturalidad con la que la vive públicamente desde 1998. Durante una entrevista para MTV, Halford dejó caer un “yo, como hombre gay” y escuchó cómo la carpeta del productor del programa se caía al suelo de la impresión. El cantante, que en sus círculos íntimos siempre había estado fuera del armario, confesó que a los miedos habituales que sufre cualquier homosexual él tuvo que añadir la paranoia de ser una estrella de la música y en concreto el líder de una banda de heavy metal.

Pero Halford considera que sus fans saben lo que es sentirse una oveja negra apestada (el metal suele atraer a gente que se siente marginada por la sociedad, y además musicalmente es a menudo despreciado tanto por los rockeros más elitistas como por el gran público) y le apoyarían. Así fue. En 2003, Halford volvió a Judas Priest y siguieron llenando estadios como en los ochenta con admiradores que demostraron que lo de “fans incondicionales” no es una forma de hablar.

“Un heterosexual no podría hacer mi trabajo”, bromea en la actualidad ahora el Dios del metal a los 68 años, “o al menos yo lo veo así. Freddie [Mercury] decía que su condición sexual no era importante, pero Queen habría sido una banda totalmente distinta si él no fuese gay”. Una vez liberado de la presión por demostrar su virilidad, Halford resulta un señor entrañable cuando reconoce que Judas Priest colaboró con Stock, Aiken & Waterman (la factoría de hits que lanzó a Kylie Minogue) en 1988 porque él era fan de Rick Astley y Bananarama, pero que la discográfica no se atrevió a publicar la canción (acabó filtrándose en 2015).

O cuando asegura que nunca fue una de esas estrellas que se quejan de la temperatura de su camerino, porque siempre limpió su propio baño, se hizo su propio té y empujó su propio carrito en el supermercado. O cuando cuenta que le encantan Los vengadores o Joker porque nada le gusta más que “una buena pelea democrática”. Antes de acostarse (a las nueve de la noche) lee Harry Potter, por la mañana escucha a Michael Bublé y el artista con el que más ilusión le haría cantar es Elton John. Lo que los demás piensen de él, como buen jevi, le importa una mierda.

A Rob Halford le da pudor que le llamen el Dios del metal, pero por si acaso ha patentado el apodo para que nadie se lo quite y para lanzar una línea de ropa bajo su sociedad limitada Metal God Entertainment. También planea lanzar una autobiografía, animado por el éxito de Bohemian Rhapsody, que asegura que dará para tres tomos en la línea de la trilogía El señor de los anillos. En 2013 le operaron de la espalda, según él, por pasarse 40 años actuando con 15 kilos de ropa encima. Pero Judas Priest sigue dando conciertos y Glenn Tipton, que sufre parkinson, viaja con ellos y participa cuando puede durante los bises finales.

Porque el heavy metal va de alaridos, de oscuridad y de cuero, pero también va de lealtad y de fortaleza. “Cuando salgo al escenario, lo último que me viene a la cabeza es que soy un hombre gay en una banda de heavy metal”, remata Halford. “Y eso para mí es una victoria. Se puede decir mucho simplemente poniéndote ahí arriba y no diciendo ni una palabra. Aunque por otra parte, hago un ruido de la hostia sobre ese escenario”.

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